El secreto mejor guardado
El siguiente artículo contiene espóilers sobre el final de la liga LEB Plata. Si no conoces el resultado del partido entre el CB Almansa y el Real Murcia Baloncesto, no sigas leyendo.
Como lingüista, me apasiona el poder de las palabras. La fuerza de un discurso, la capacidad de transformación que tiene lo que se dice en un determinado momento y cómo hay frases que siempre se recuerdan porque definen un instante o marcan una historia. Por eso, me preguntaba qué les habría dicho Rubén Perelló a sus chicos del CBA para afrontar el partido más importante de la historia del club: la lucha por el ascenso a LEB Oro en un último partido en casa contra Murcia. Quizá habría optado por un estilo sencillo y directo, a lo Luis Aragonés: “Ganar y ganar y ganar y volver a ganar”, que es lo que había demostrado el equipo en la segunda fase de la liga regular. O tal vez se habría inspirado en aquel discurso político de John F. Kennedy cuando prometió, en 1962, que los americanos pondrían un hombre en la luna, “no porque sea fácil, sino porque va a ser duro; porque este objetivo pondrá a prueba el máximo de nuestras energías y habilidades, y porque es un desafío que estamos dispuestos a aceptar y a ganar”. Ya había definido Alberto Collado la gesta de colarse en playoff como algo “casi imposible”, a la vista de que la segunda parte de la competición dejaba al Almansa en último lugar, y solo una suerte de milagro deportivo podría conseguir que el equipo luchara por el ascenso a Oro. Casi como mandar a un hombre a la luna y traerlo vivo de vuelta a casa.
A lo mejor nuestro coach había tirado de psicología positiva para transmitir confianza a los jugadores, como hizo Guardiola en aquella final de la Supercopa de Europa en la que su Bayern le ganó al Chelsea de Mourinho en los penaltis. En un momento de máxima tensión, Pep confesó a sus jugadores que no había tirado un penalti en su vida, pero que había aprendido una cosa fundamental de uno de los mejores lanzadores de penaltis que conocía: Manel Estiarte. Había que decidir rápido por dónde lanzar, no cambiar de idea en ningún momento y estar convencido de que ese balón iba a entrar. Guardiola ni siquiera decidió quién lanzaría la pena máxima; los propios jugadores se organizaron. El 5 – 4 de aquella victoria ya es historia. Como la canasta de Rowell Graham a falta de dos segundos de partido. ¿Habría recurrido Perelló a esa filosofía guardiolista para convencer a sus jugadores de que iban a ganar? ¿O habría optado por el estilo de Cruyff en la famosa final de Wembley ‘92, con su “salid y disfrutad”? Tal vez, incluso, habría pasado de los Perelló Boys y le habría hablado directamente a la pelota para decirle “no me falles”, como hizo Cesc Fàbregas en aquel quinto penalti que pidió tirar para darle a España la Eurocopa en 2008 ante Italia.
André Agassi cuenta en su libro Open que él gana los partidos antes de jugarlos; en la ducha, cuando visualiza el tenis que va a poner en práctica y se ve a sí mismo derrotando al rival. ¿Habrían hecho Raúl y Sama un ejercicio de visualización de la victoria ante el Real Murcia? ¿Cómo convencer a David de que puede matar a Goliat, si ha perdido todos los partidos en los que se han enfrentado? Quizá los discursos deportivos se quedaban cortos y Perelló recurriría a una arenga militar, de esas que preparan al soldado antes de la batalla. Como cuando Aníbal animaba a las tropas cartaginesas en el asalto a Roma diciéndoles: “Aquí, soldados, en este lugar donde habéis encontrado por primera vez al enemigo, tenéis que vencer o morir. La misma fortuna que os ha impuesto la necesidad de luchar guarda también la recompensa de la victoria, recompensas tan grandes como las que los hombres suelen solicitar a los dioses inmortales (…) Tomad vuestras armas y ganad, con la ayuda del cielo, tan magnífica recompensa”.
Vencer o morir. Tomar las armas y ganar. Estaba claro que necesitaba encontrar las palabras adecuadas para que Hernández, Santonja, Navarro, Blat, Granados… no perdieran la concentración en el partido de sus vidas. Algo que les hiciera recordar que no hay ambición demasiado grande para un club pequeño. Un mensaje que les animara a luchar cuando Murcia se pusiera por delante y hubiera que remontar para llegar a una ventaja mínima de tres puntos. Habría de ser algo directo, conciso, capaz de remover el espíritu guerrero del que ha hecho gala el combinado almanseño en todo el torneo. Unas palabras que fueran sinónimo de batalla, esfuerzo, pelea, gloria. Algo que no dejara dudas de qué había que hacer en pista durante los cuarenta minutos de la contienda.
Y entonces, un fogonazo se encendió en mi mente. Lo tenía. El rugir de la Bombonera, los cientos de almanseños poseídos por una inmensa sed de victoria y un equipo dispuesto a morir por cada balón solo podían haber escuchado una cosa. Rubén Perelló lo sabía. Él, nacido bajo el signo del fuego, había pronunciado aquello que indiscutiblemente borrara todas las dudas de lo que sucedería a continuación. Todo un discurso técnico, efectivo y emotivo, contenido en una palabra. Una palabra capaz de remover a todo un pabellón e insuflar en sus jugadores la fiebre incontenible de la victoria, el ansia de oro. La magia de una fórmula arrolladora que atesoraba la épica de un partido que ya nunca olvidaremos. La batalla final por el trono de oro solo podía haber sido arengada bajo una consigna. Rubén lo sabía. Y lo dijo con toda la energía, la fuerza y la ambición de quien, como Aníbal ante Roma, solo puede vencer o morir. ¡Dracarys!
Texto: Mar Galindo
Fotos: Balón Parado
Voces: Mar Galindo y Juan Carlos Mena
Puedes escuchar el texto teatralizado aquí: